24 nov 2008

Si antes lo digo… “la pérdida de los valores”

Divina mañana: llego al Juzgado, donde fui citada hace tiempo con fecha de hoy por “ser buena ciudadana” y denunciar un posible acto de estafa que podría traer consecuencias en el futuro. Es decir, me citan como denunciante.
Como debido al estado actual de la enfermedad que padezco (crónica, no tiene cura, es incapacitante, con dolores tremendos especialmente en los brotes y afecta solamente a todo el cuerpo) no puedo ya conducir, solvento la crisis actual pagando, entre otras ayudas -viva la Ley de Dependencia-, a un joven que acude en mi auxilio como conductor cuando lo necesito. (Simbiosis). Así que hoy me ha llevado a los Juzgados de Plaza Castilla. Cabezota de mí, y por no hacerle salir de aquello por lo que está contratado, decido ir sin silla de ruedas, utensilio que por mi bien procuro evitar si no es imprescindible. Pero ¡ay!. Según bajo del coche (aprovechando semáforo y medio) y avanzo a mi ritmo hacia la puerta 1, veo una larga fila de gente y, claro, decido que eso no puede ir conmigo porque voy a un juicio.
Busco la rampa para evitar las escaleras y me doy un paseíto hasta su inicio y luego otro hasta la puerta por la rampa, claro. Expongo mi situación a los que ya estaban cerca de la puerta y unas gitanas muy amables me indican que lo mejor es que entre directamente por la puerta de personal, que está justo al lado, abierta, y con su guardia de seguridad. "Se lo explica y ya está." Así lo hago.
Se acerca el guardia y me dice: “por aquí no puede pasar”. Le expongo mis circunstancias también a él. Reacción: “¿Y qué me quiere decir? También hay señoras de 80 años y tienen que hacer su cola”. Yo, como siempre, sin alterarme fácilmente. Le digo que eso no es una enfermedad, son años, y que le puedo asegurar que estoy mucho peor que ellas, pero que aún así me parece lamentable que personas mayores tengan que esperar durante tanto tiempo en una cola en la calle para entrar en los Juzgados.
Pregunto por una entrada de minusválidos. Respuesta: “Pero vamos a ver, ¿a usted qué le pasa para no poder hacer una cola?” El tono ya es más chulo y el volumen más alto. Le repito lo que me pasa y me manda a la cola de muy malos modos. Insisto en que no me puedo creer que no tenga recursos para una situación tan común, a lo que me responde que se lo diga a la Comunidad de Madrid. Obviamente, no hay salida, así que opto por lo de siempre: “Me da su identificación, por favor” “No tengo por qué”. Me río y se lo repito. “Cójala usted”. De traca: busco en el bolso mi super-boli (si no es gordo no puedo asirlo bien para escribir) y mi libretita. Cuando intento ver el número de identificación del caballero, se echa hacia atrás unos pasos; voy a acercarme y me dice que no puedo pasar por esa puerta; le pido que se acerque y me dice que está trabajando. Bien, pues entro, se escabulle por aquí y por allá. No es ficción ¡lo juro!
Los que me conocen, se estarán haciendo cruces pensando cómo he podido siquiera aguantar de pie tanta idiotez –estaba apoyada- pero desde luego saben que no estoy para persecuciones. Le hago una señal al compañero para que se acerque. Corporativismo: que no van a facilitar el número a cada persona que no vea solucionada su petición. Entonces veo que alguien ha parado a correcaminos para una consulta, me acerco, introduzco -con toda la mala educación que he sido capaz de aprender en los últimos tiempos- mi cabeza en medio de la conversación y consigo anotar el dichoso número grabado en una placa dorada en la que no se ve ni torta.
Fin del corporativismo: el compañero, que ve que me giro bolígrafo en mano, me pregunta cuál es el problema y me da permiso para pasar directamente a la máquina detectora . Claro, yo le pregunto: “¿Y esto no podía hacerlo desde el principio su compañero?” No hay respuesta. Paso la máquina donde un tercer guardia de seguridad, que les doblaba la edad, se deshace en atenciones para que no espere y me pueda apoyar para sacar mi DNI con más facilidad. Después me indica ascensores y planta deshecho en amabilidad.
He de decir que al llegar a la cuarta planta, a mitad de pasillo ya no podía dar ni un paso, pero como iba con mucho tiempo por si acaso, me senté en el primer banco que vi. Además no tenía intención de compartir pasillo con el “presunto” más de lo indispensable.
Cuando me llega la hora voy a la sala que me corresponde. No estoy en la lista. Pregunto. Me acompañan a la oficina y… ¡el juicio se ha suspendido! Al parecer no habían encontrado al “presunto” estafador, y eso que al Guardia Civil le dije el día de la denuncia: “avise a Madrid, porque hoy sé que está en esta dirección, pero mañana seguro que vuela porque lo he cazado de casualidad”.
En cuanto a la suspensión del juicio, me avisaron con un telegrama que no fui a recoger –llevaba encima el resguardo por si tenía tiempo a la vuelta-. Tal vez tenga algo que ver el hecho de que el aviso llegara el viernes, yo haya estado el fin de semana sola, y el juicio fuera el lunes por la mañana en Madrid (yo vivo en Móstoles). Tal vez.

Si antes lo digo: muy joven, muy guapo, ojos preciosos, uniforme… y navegando en su propio mundo egoísta e insolidario, sin preparación para afrontar el dolor ajeno ni las circunstancias que le saquen de su propia comodidad, sin preparación para enfrentarse a sí mismo y al otro ser humano. Sin intención de mirar más allá de sus propios intereses. Smplemente, sin valores.

Y ahora me pregunto: ¿merece la pena el sufrimiento físico y la vejación por la que he tenido que pasar esta mañana por cumplir con mi deber de ciudadana? Porque ahora se supone que de este pájaro hay que dar parte a un superior para que su acción no quede impune y porque su actitud, aunque él no alcance a entender la causa, debe cambiar por el bien de las personas que no pueden hacer una cola. ¿Tiro su identificación -con lo que me ha costado conseguirla- o sigo adelante aunque me cree una terrible incomodidad? Así pasa. Hartos, dejamos que nos devore la sociedad del indeseable.
Por cierto, cuando me iba, llovía débilmente y no había cola en la calle: habían habilitado la puerta de personal para la gente de fuera. Así se escribe la Historia.
Encarna

No hay comentarios: